Muestrario de palabras/Cuento

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viernes, noviembre 10, 2006

Parque Cuatro

AUTORA: Monik Matchornikova (Austria)

Árboles sín hojas, y Flores sin pétalos , tallos transparentes y agua cristal , eso miraba evaluando juegos de rostros sín ojos y risas sin labios.
Todo y más o menos similar a la muerte; Circunstancias se decia tomando gotas de aire que parecian globitos de una nada adormecida,
invadida de angustia , intento preguntar el nombre de este singular parque , se acerco a una silueta e intento sónido , pero no hubo más que gemido gutural ,
tiritando de conciencia apuro el paso e intento salir de allí y no encontro puerta ni camino . Sumergida en una divagación extra~a opto por resignarse y quedarse a vivir donde todo era diferente , le llamo Parque Cuatro por la hora aproximada de su llegada e intento recordar sus problemas , se dió cuenta que no los habia y se sento en la tierra hasta la llegada del crepusculo invadida de esa nada Es-Pec-Ta-Cu- Lar.

Decir la verdad

AUTORA: Liliana Varela (Argentina)




--Vengo a matar a Ernesto Quimbel – respondí a la atónita mujer que me observaba del otro lado del mostrador situado en el Paso Fronterizo de Ciudad de Este.

La mujer me observó con detenimiento; podría decirse que algo sorprendida. Auscultándome otra vez, inquirió.

--perdón señora…¿podría repetirme el propósito de su estadía en esta ciudad?.

--he dicho que vengo a matar a Ernesto Quimbel –reiteré ya un tanto fastidiada.

--por favor espéreme unos segundos –dijo la mujer mientras desaparecía de mi vista.

Al rato volvió a aparecer con el que presupuse debería ser su jefe, quien luego de mirarme con detenimiento preguntó

--perdón señora…creo que no ha quedado muy en claro el propósito de su estadía en esta ciudad…¿Usted ha dicho que viene a “matar” a …?

--Ernesto Quimbel –respondí segura de mi misma—y les agradecería no me hicieran perder más tiempo por favor.

El hombre miró a su empleada perplejo; sus miradas se entrecruzaron con la del guardia y nuevamente confluyeron en mi persona.

--Bueno señorita Morales…--dijo mirando a la empleada—déle los papeles a esta señora para que pueda seguir; sinceramente no veo motivo para no dejarla seguir su camino.

--pero señor…Ha dicho que…

--¡señorita! Haga lo que le digo…--bajando el tono hasta casi hacerlo un murmullo agregó-- ¿bajo qué motivo quiere que la detengamos aquí?

--muy bien señor. Aquí tiene señorita…su documento –dijo, mientras yo tomaba los papeles que extendía hacia mi.

--Gracias han sido muy amables; aún debo ir a buscar el arma a la casa de un amigo.

--Sí, vaya tranquila –fueron las últimas palabras que escuche de la mujer del Paso.

Llegué al coqueto apartamento de tres plantas, luego de haber pasado por la casa del amigo de mi padre; aquel que me había facilitado el arma, libre de número y señas.

--Si? –atendió la masculina voz del otro lado del portero-- ¿quién es?

--¿Señor Quimbel? ¿Ernesto Quimbel?

--Si soy yo. ¿qué desea?

--Señor..¿podría bajar? Vengo desde Argentina, a matarlo…y debo irme enseguida…

--¿es una broma? –escuché la voz algo fastidiada.

--No señor; soy hija del señor Torres…quien ayer se suicidó debido a las deudas y la hipoteca contraída con usted.

No escuché nada más; hasta que estuvo frente a mi.

No olvido su atónita mirada al dispararle con el silenciador.

No dejo de recordar su pregunta entrecortada al impactar la bala en su pecho….

--¿A qué esta jugando…de qué me habla….?

--¿pudo cumplir con su propósito señora? –preguntó la mujer que me había atendido aquella mañana en el paso fronterizo.

--Si gracias, ya maté a Ernesto Quimbel y obviamente me deshice del arma. Ahora debo retornar a concluir con el entierro de mi padre…quien ya está bien vengado.

--me alegro por usted señora; aquí tiene sus documentos.

--Gracias es muy amable.

--Visítenos cuando quiera.

--gracias…por el momento mi visita concluyó. –dije mientras me aprestaba a partir—

Cuando arribaba a mi país sentí el Valor de decir la verdad, lo importante que eso era en mi vida: había sido una gran enseñanza de mi padre…que serviría por el resto de mi existencia.

lunes, noviembre 06, 2006

El Flautista

AUTOR: Manuel Cuberos


Me imagino que muchos de ustedes habrán oído hablar del flautista de Hamelín y de su maravillosa flauta mágica. Yo reconozco que, cuando tenía cinco o seis años, me atraía todo este lío de las ratas y los niños arrastrados por la magia musical del protagonista. Basta con que les diga que cuando salía al campo con mi hermano mayor y oía la flauta de algún pastor, corría a esconderme detrás del primer peñasco que encontraba. Ahora, que soy un niño mayor, ya sé que eso es pura fantasía.Y aunque fuese verdad, por mucho que diga mi vecina la "Petro", no acabo de convencerme de que el secuestrador de ratas y niños sea la solución de sus problemas.

-¡Ojalá viniese el flautista de Hamelín y os encerrara en la Cueva de los Murciélagos! –suele gritar la "Petro" cuando nos sorprende robando los limones de su patio.

De todos modos sigo sin aceptar eso de que un señor venga con la música de otra parte a reventarnos la vida en el pueblo. Que es lo que dice el "Botija":

-¿Qué culpa tenemos nosotros de que su limonero sea tan bueno?

Y claro, si de mi patio al suyo se salta en un periquete, no vamos a dejarle a ella todos los limones.

-Luego, si se le pudren en el árbol porque no da abasto a cogerlos todos, se queda el árbol más feo… –eso, mi hermano, que se las pinta solo a la hora de empujarnos a alguna aventura.

Pues a pesar de nuestra buena voluntad para que su limonero no se ponga feo, la "Petro" dice que, bien mirado, el flautista ese les haría más de un favor a algunos vecinos del pueblo si nos coge por banda.

¿Qué a cuento de qué viene esto? Resulta que en Villabermeja andaban el mes pasado muy preocupados por el tema de las ratas, porque, como van a construir una barriada de casitas nuevas, tuvieron que levantar parte del alcantarillado para ampliar su capacidad. Las ratas, que estaban tan a gusto en sus escondites, se alborotaron con las obras y se dedicaron a incordiar al vecindario.

"Donde las dan las toman", dirían ellas.

O como dicen los viejos del lugar: "al amigo y al caballo no apretarlo". Que puestos a comparar, aunque las ratas ni son amigas ni son caballos, algunas había hermosas como liebres.

-Al fin y al cabo, los culpables son los que las han echado de sus casas –dijo el "Botija" un día mientras atinaba con el tirachinas en el lomo de una que se atrevió a merodear a menos de quince metros de nosotros.

-Mira qué bien –comentó la "Petro" al ver la puntería de mi amigo-. Por una vez en la vida podéis ser útiles para algo.

Y "Bastián", el municipal, que la oyó, saltó en plan gracioso:

-Ahora sí que venía bien el dichoso flautista ese de Hamelín. A ver si acababa de una vez con las dos plagas del pueblo.

El asunto nos pareció tan serio que el "Pulga", arguyendo que un ejercicio de tiro sobre blancos móviles serviría de entrenamiento para nuestras batallas, propuso que formásemos una patrulla para perseguir a las ratas.

-Y de camino, quedamos bien con el alcalde –concluyó.

-Además, que el alcalde es capaz de llamar al flautista ese para que nos lleve a todos –dijo su hermano pequeño que, como tiene cinco años, todavía cree en las brujas y esas cosas.

A pesar de su argumento, no fue precisamente el hermano del "Pulga" quien nos convenció. Sea por quedar bien por una vez con el alcalde, sea porque teníamos ganas de gastar energías, como dice mi abuelo, decidimos arreglar los tirachinas y lanzarnos el domingo por la mañana en batida a la caza de las famosas ratas de las alcantarillas.

-¿Dónde vais? –preguntó mi madre al verme salir armado hasta los dientes temiendo otra de nuestras clásicas operaciones de castigo contra los de Alamillo, que como está tan cerquita, nada mejor para gastar las energías sobrantes que una buena batalla…

-Nos vamos de safari –contesté muy ufano-. Vamos a acabar con todas las ratas del pueblo.

-Puestos a matar ratas, a ver si matáis a algún falangista –soltó entre carcajadas el padre del "Botija" que pasaba por mi casa.

Mi madre se puso a discutir con el "Botija" padre.

-Tú, siempre tan burro y tan comunista –le dijo-. Ya me dirás cómo vamos a educar a nuestros hijos en el respeto a los demás.

-Será por el respeto que esa gente nos tenía a nosotros…

Aprovechando la discusión, salí corriendo camino del lugar de concentración. El "Botija" nos había dicho el sábado por la tarde que se trataba de un asunto serio y que había firmado un armisticio, como en las películas de guerra, con los de la escuela de don Felipe. Así que ese domingo no habría guerra ni con los de Alamillo ni con los de don Felipe.

-Además, vamos a ir juntas las dos patrullas –aseguró.

Así que nos juntamos casi todos los niños del pueblo menos los del equipo parroquial, que esos como no saben de peleas ni de tirachinas, no sirven para nada. Durante toda la mañana recorrimos medio pueblo. Quince ratas, dos farolas y los cristales de tres ventanas cayeron ante nuestro ataque. Y considerando que una de las ventanas era de la casa del practicante, lo que habíamos ganado por un lado, lo perdimos por el otro.

-Ya hablaremos cuando llegue la hora de las vacunas –amenazó al primero que pilló por banda.

Y como las desgracias nunca vienen solas, el lunes, nada más salir de la escuela, nos encontramos con el primo del "Botija".

-Nuestro gozo en un pozo –saludó éste-. El ayuntamiento ha contratado a un técnico que esta misma mañana se ha presentado en el pueblo con unos aparatos rarísimos para acabar con las ratas.

-¿Un técnico? –pregunté-. ¿Eso qué es?

-Seguro que un técnico es un mago como el flautista de Hamelín –dijo el "Rubio" en plan sabiondo.

Entre el cielo y el suelo (Parte 4)

AUTOR: Malcom Peñaranda


No tuvimos que decidir. Antonio, más conocido como “Horny Tony”, italiano residente en Miami, nos besó en la mejilla y acto seguido nos mordisqueó el lóbulo de la oreja izquierda al tiempo que nos susurraba “this is a warm swingers’ welcome”, como para que no fuésemos a protestar o hacer repulsa. Nos hizo servir un coctel azuloso que según él, contenía “Atinka”, un poderosísimo vigorizante sudamericano. Y vaya que lo conocía yo. Si en Colombia lo utilizaban para potenciar los caballos en época de apareamiento y para “calentar” mujeres indecisas en fiestas universitarias. Era el Viagra del siglo XX, aunque nunca supe si su orígen era de una planta o de un químico. Mis amigos gringos bebieron con duda, imaginando que los estaban drogando. Yo les aclaré que no tenía efectos narcóticos conocidos, solo una cachondez imparable. Luego nos aclararon las reglas de la fiesta y nos descifraron el misterio de los lazos azules y morados, que hasta entonces no habíamos notado. Los azules eran para UNRESTRICTED VOYEURS y los morados para miembros fundadores del club, aquellos que tenían los mayores privilegios. Y lo mejor de todo: podíamos ascender de sepia a azul solo por compartir un talento o saber específico!

“Sabemos que tienes varios, Malcolm”, me dijo Tony en un inglés incipiente. Pensaba que nuestra asistencia era incógnita o por lo menos que nadie sabría nuestros nombres. De inmediato todos los asistentes me saludaron como si estuviera en una reunión de AA. “Y ustedes, Jeff y Danny?”, le preguntó a mis compañeros solteros. “Pues yo soy médico”, se apresuró a contestar Danny. “Ginecólogo?”, preguntaron algunas mujeres entusiasmadas. “No, dermatólogo”, contestó él un tanto desinflado. “Yo soy arquitecto, pero sé hacer masajes eróticos”, contestó Jeff. El murmullo y las risillas de la audiencia le dieron su aprobación. Jeffrey y yo fuimos conducidos hasta el centro de la enorme sala. Calculo que había entre 100 y 200 swingers. Y oh sorpresa! Entre ellos el arzobispo de Bogotá, tres miembros del poderosisimo grupo empresarial Sindicato Antioqueño, el más grande de mi ciudad. A todos los había visto en los medios, pero a ninguno en persona. Me molestó un poco ver allí al obispo, pues era el supuesto adalid de la moral en la sociedad colombiana. Vaya pedazo de hipócrita. Y pensar que semanas antes había salido en los medios hablando en contra del aborto, la promiscuidad sexual y el movimiento “chastity international”. No obstante, allí estaba muy sonriente agarrando la mano de su novio cubano. En su marcado Spanglish le traducía al arzobispo todo lo que hablábamos.

Recuperándome de mi sorpresa les pregunté qué era lo que querían que les compartiera. “Tus conocimientos de sexualidad oriental, sobre todo los de inyaculación”, contestó uno de los que tenían cordón morado. Y quién les había contado eso? Nunca lo supe. Accedí a hacerlo porque el cordón azul me llamaba a gritos. Aunque ni remotamente imaginé que me tocaría ejercer de profesor en una fiesta swinger. Luego de socializar un poco nos condujeron a unas habitaciones a las que nos seguían grupos de parejas. Parecía un congreso profesional. Cada habitación tenía un cartel elaborado con cartulina y marcador. El de la puerta que transpasé leía “KNOW-HOW”. No todos los asistentes a la fiesta entraron allí, solo las parejas heterosexuales. Durante más de una hora les expliqué lo que recordaba y les enseñé algunas técnicas para propiciar sexualidad tántrica. Eran decentes y respetuosos, incluso para hacer las preguntas. Nada tímidos, pero tampoco guachafos. Al quitarse las togas, lo hacían despacio, como queriendo mostrarme sus cuerpos. No había una sola pareja de feos, ni siquiera gente con cuerpos con sobrepeso. O ejercitaban mucho o tenían muy buen cirujano. Pasado el tiempo, y cuando se encontraban más entusiasmados con el taller, sonó una campana metálica que retumbaba por toda la casa. “Hora de los iniciados”, gritaba Tony desde la sala. A uno de los empresarios que identifiqué y a su esposa, al igual que a Jeff y a mí, nos llevaron a otros espacios de la casa, más amplios que las habitaciones. A mí me tocó en un semi-sótano contiguo a la cocina, pero no pude adivinar a qué espacio de una casa normal correspondería. Una vez entraron todos mis “iniciadores”, me arrancaron la toga y me acostaron en una mesa rectangular en la que me ataron y me vendaron. Uno por uno de los asistentes me empezaron a rondar y me susurraron cosas excitantes en varios idiomas. Luego me tocaban, exploraban, pellizcaban, lamían, besaban y mordían. Todo sucedía tan rápido que no alcanzaba a determinar si eran labios masculinos o femeninos. Delicioso misterio que erotizaba mi piel al extremo. Mi cuerpo se volvió un volcán incontrolable y no sé si decirles si tuve una experiencia sexual grupal o la tuvieron conmigo. No fui violado pero sí aprovechado. No obligué a nadie ni me obligaron. Me volví el “plat du jour” y agradecía no ser un “bocato de cardinale” con arzobispo a bordo. No hubo penetración ni riesgos de ninguna naturaleza. La erupción volcánica quedó evidenciada en un condón que no supe en qué momento me pusieron. “Iniciado”, qué agradable y fascinante sonaba entonces aquella palabra. Al igual que me habían desvestido, me vistieron, me limpiaron y me quitaron la venda de los ojos. De mi cintura colgaba ya el cordón azul. Carpe Diem. Me sentía como un muchacho de pueblo graduándose de la secundaria. Como ascendiendo de mensajero a gerente.

Seguidamente, me llevaron a hacer el tour por las habitaciones donde ya todos estaban dedicados a lo suyo. Tenían luz tenue y un burladero acordonado en el que ubicaban los mirones de cordón sepia. Algunos cuartos tenían letreros muy particulares: “S&M” (sadomasoquistas), “QUEER AND WEIRD” (homosexuales con tendencias raras), “FUCK MY WIFE” (para aquellos que compartían a sus esposas), “THE FARM” (donde había animales) y “THE DARK ROOM” (un cuarto oscuro donde pasaba lo mejor, como en las discotecas de Ibiza). Había más de diez cuartos, pero los otros eran más comunes y mundanos, con strippers, jugueticos y toda clase de diversiones que igual se podían encontrar en los sitios de Collins Avenue o en Homestead. En el de “BI-CURIOUS” (curiosidad por la bisexualidad) encontré a dos de los poderosos empresarios, y los saludé por su nombre de pila, tan solo para disfrutar la expresión de terror en sus rostros. No los conocía, pero les hice creer con aquel saludo que era algun conocido del pasado. Vini, vidi, vinci. Gocé y curioseé varios ambientes. No había soportado durante tres horas la charla hueca de una TTT para ir allí de mirón pasivo. Amanecía en Miami cuando volvimos al muelle, extasiados, algo ebrios y descremados.

Fuimos al apartamento de Jack y Kate sólo para bañarnos y desayunar. Ninguno de nosotros quería dormir. Yo en especial, no podía hacerlo porque mi vuelo salía a las once. Tratamos de procesar todas aquellas experiencias a través de una charla abierta y amigable. Nos conocíamos de varios años atrás, pero solo aquella noche nos habíamos conocido real y plenamente. Llegamos al aeropuerto apenas minutos antes de cerrar el vuelo. Afortunadamente era un vuelo nacional y todavía no había ocurrido lo del 9-11. Abordé un incómodo Boeing 737 de US Airways que me llevó a Charlotte, una ciudad pequeña de las Carolinas, creo que North Carolina, que le servía de “hub” a la aerolínea. Allí debía esperar tres horas para abordar luego otro avión a Seattle. Nueve horas de viaje en total, incluyendo las tres horas de escala. Camino a Charlotte, recordé cada minuto de aquella noche y tenía una sonrisa de satisfacción tan grande en el rostro que no me la habría borrado nadie ni aunque me hubiese hecho engullir todo un frasco de picante mexicano…

viernes, noviembre 03, 2006

Lo que pasó...

AUTOR: Carolina González Velásquez (Chile)

Fue un día soleado, cuando luego de dejar a sus hijos en el colegio y sabiendas que tenía cuatro horas libres, se dispuso a ir a la playa.
Solía hacerlo caminando, le bastaba estar en el mar una hora, así que podría tomarse todo el tiempo del mundo en llegar.
Fue una tarde soleada, venia de una fiesta o algo así, había bebido mas de la cuenta y también consumido algunas cosas mas de la cuenta.
Ninguno de los dos se conocía, pero esa soleada tarde, sin duda el destino los uniría.
Pensaba en sus hijos y él descansó que tendría en la arena y el agua, su salud ha empeorado este ultimo tiempo, ha psicomatizado su depresión, necesita ese descanso y lo tomará sin ningún sentimiento de culpa, ya puede sentir en su piel los rayos de sol y la imperante necesidad del frío salado.
La avenida es un lugar muy transitado y por desdicha todos los semáforos le han tocado en rojo, está apurado, ahora recuerda que tiene la responsabilidad de trabajar, recuerda cuanto tiene qué pagar y la cuota del auto que ahora conduce, no recordó eso si, que el cinturón de seguridad, esta incluido en el valor del auto.
Pierde en determinado momento el control del vehículo y se sube a la vereda, la gente corre y grita, ella, distraída, y muy poca curiosa no se da vuelta, pero algo la arroja a un lado, justo en el momento que el auto se detiene, la golpea, pero ella sigue en pie, es una nube blanca su cara... se miran a los ojos, los de ella y el se encuentran, el al verla de pie, acelera y escapa, ella tal estatua lo mira partir, solo con el recuerdo de los ojos que acaba de ver.
Alguien se acercó a ella, no reacciona y un hilo de sangre corre por su pierna, única muestra del impacto, pálida y fría, no reacciona, casi había muerto y estaba en absoluto silencio, un joven hombre vio todo, la arranca del suelo, la sube a su auto y la lleva al hospital, ella todo lo ve y escucha, pero no está ahí, sentimientos culposos la agobian, si ella hubiera muerto, sus hijos estarían en desamparo, si ella hubiera muerto.....
Pero no estaba muerta, alguien se había apiadado de ella y la llevaba a que un doctor le atendiera la herida, en el camino, por la misma avenida, siente un golpe en su costado, el mismo costado que tenia lastimado, había un automóvil casi sentado a su lado...
Estaba en el hospital, le estaban limpiándola herida -no es nada-le decían- es usted una "suertuda"-, le mostraron sus radiografías, no tenia lesiones, un par de feos hematomas y un leve corte en su muslo derecho.
Él había seguido su camino en estampida, dos cuadras mas allá, había una patrulla y aceleró más aún, la ley estaba ocupada en otra cosa y eso no el no lo sabía... al mirar atrás perdió nuevamente el control de su vehículo, chocó con una camioneta, y salió disparado por los aires...
ahora estaba en la camilla del lado de ella... él lloraba, ella no. Reconoció los ojos, nunca olvida un par de ojos... ella salía de emergencias, la ley entraba.
Su doctor estaba ahí, la miro "una vez más por estos lados"- le dijo- y se le desplomó en los brazos, cuando despertó, le estaban aplicando algo, ella no preguntó, nunca pregunta, pero el doctor que la conoce le preguntaba quien era el responsable de todo eso, ella miro al frente, vio al hombre llorar, al señor joven que la traía con un cabestrillo y sonrió - no fue un responsable, fue un irresponsable- el doctor le recomendó quedarse en observación, ella le rogó imploró y suplicó que no lo hiciera, ella odia los hospitales.
Tres costillas quebradas, una rodilla dislocada, alto grado etílico y quien sabe cuantos gramos de droga en el cuerpo, un auto impago y destrozado, ocho puntos en la cabeza y varias multas... tiene suficiente castigo, él la reconoce y espera que lo acuse también, ella lo mira y le regala una sonrisa, su irresponsabilidad le ha dado una razón a su vida, querer vivir.
Va a su casa, su madre ha ido a buscarla, su madre siempre está cuando ella la llama, ella quiere ser ese tipo de madre, pero le cuesta, se hizo el propósito de mejorar, de ahora en adelante hará lo que tiene que hacer hoy, mañana... mañana puede no llegar.
Durmió varias horas, la ha despertado un agudo dolor en su pierna y en el costado, tiene dos bellos moretones negros que le recordaran por un tiempo por que está ahí.
Por la noche, el joven del auto ha venido a verla, quiere asegurarse que ella está bien, ella sabe que lo conoce, lo ha visto a veces en la iglesia. Él está bien, el seguro reparará los daños
El otro, bien, el otro tendrá que estar varios días en el hospital, lo más probable es que tenga alguna condena, tal vez nunca lo vuelva a ver, pero se le han metido en la cabeza los ojos, y ella, nunca olvida un par de ojos.

Entre el cielo y el suelo (Parte 3)

AUTOR: Malcom Peñaranda

Fuimos a cenar a un lugar muy acogedor en Coconut Grove, propiedad de unos argentinos “re-copados”, como dirían en Buenos Aires. Todos hablaban perfecto inglés, así que no tuve que hacerle a nadie de intérprete. La comida era deliciosa, pero si me preguntan a mí o a cualquiera de mis cuatro amigos qué fue lo que cenamos, no podríamos contestar. Nuestras mentes no estaban allí. Todos estábamos abstraídos en la fiesta swinger. Los dos esposos, con sus tarjetas rojas que leían “FULL SWINGER”, frase que quizás envidiábamos los tres solteros que nos sentíamos tan discriminados en la que adivinábamos sería una orgía piramidal: arriba los faraones, abajo los esclavos. Merde! (suena mejor en francés). Qué frustración. Y si nos casábamos con alguien antes de las nueve? Nos darían un “upgrade” de status?

Los minutos pasaron, pero nuestra ansiedad no. Llegamos muy puntualitos al muelle y allí estaba el catamarán con el santo y seña que nos habían dado. Un tipo con traje muy elegante (en Colombia le decimos “smoking”, pero en inglés americano se llama “tuxedo”, no se cómo le llamarán ustedes) nos esperaba en el acceso acordonado, con una copa de champaña. Nos escoltó hasta la entrada misma del bote y se portó más que amable. Nos sentíamos como celebridades. Adentro, el catamarán parecía más un yate de millonario de Mónaco. A estribor había un vestier donde nos hicieron cambiar de ropa. Lo único que nos dieron para cambiarnos fue una toga blanca y unos lazos (cordones) rojos y sepias. Al salir nos miramos con caras divertidas. Parecíamos protagonistas de cualquiera de las versiones fílmicas de “Calígula”. Aunque a mí me hizo recordar una noche en una discoteca de Ibiza (España), donde todos los clientes teníamos que usar togas parecidas.

Un par de minutos después llegaron otros asistentes, un grupo más numeroso. A ellos les dieron lazos rojos y azules. Nos preguntábamos qué diablos significaría el lazo azul. Cuando ellos terminaron de cambiarse, el barco se empezó a mover y solo entonces recordé que no me gustaba navegar de noche. Pero ese pequeño temor se diluía con la intriga de saber qué significaría aquel lazo azul. El viaje fue corto y suave. Pocos minutos después llegamos a una de las islas conectadas al resto de la ciudad por puentes y canales. La casa en cuyo muelle privado se acomodó el catamarán sólo tenía acceso por el mar y los canales. Parecía no tener puerta frontal. La puerta que daba al muelle era un semi-portal griego al que se accedía por unas escalas muy blancas cubiertas de un techo hecho con un parasol de plástico. Una pareja de apariencia asiática nos saludó a todos y cada uno de los participantes con un sonoro beso en la mejilla, como si fuésemos italianos. Entramos en la casa que más parecía una mansión. En el interior encontramos gente de todos los tamaños, tonos de piel y procedencias étnicas. La mayoría eran parejas, tanto heterosexuales como homosexuales, pero también había mujeres y hombres solos. El anfitrión salió a saludarnos completamente desnudo y con una vigorosa erección. Nos miramos un tanto asombrados como preguntándonos “y a este cómo lo saludamos? Con el clásico apretón de manos o apretando su “quinta extremidad”?

Pesadillas en Bolivia (Parte 3 y final)

AUTOR: Malcom Peñaranda


Cuando llegué al puesto de información, me encontré con la empleada del hotel que me miraba con cara de angustia. Era ella la que me había hecho llamar por los altoparlantes! Sucedió que cuando pagué la cuenta del hotel, la empleada utilizó un voucher de American Express y no de Mastercard, que era la franquicia de mi tarjeta. Si yo no le firmaba el otro voucher, le descontaban a ella esa cuenta de su salario. El alma me volvió al cuerpo y me dirijí de inmediato a la sala de embarque. Quería salir de Bolivia lo antes posible. Ya en el avión, respiré tranquilo y hasta me empezó a desaparecer el sorochi como por arte de magia!
Al llegar a Lima, tuve que enfrentar un nuevo problema. El vuelo de Aeroperú llegó a mediodía y el vuelo con el que conectaba, el de Avianca (aerolínea bandera de Colombia) salía a las 14:00, pero ya estaba lleno. Mi reserva no era para ese día, sino para el día siguiente. Tenía sólo 25 dólares en la billetera y el impuesto de salida del Perú valía 20. No tenía con qué pagar un hotel ni tampoco confiaba en que me sirvieran las tarjetas, así que tuve que echar mano de mi recursividad y de una mentira piadosa. Le dije a la empleada de Avianca que yo había cambiado la reserva para ese día en la oficina de Avianca en Buenos Aires, y se lo dije con tanta seguridad que me creyó. Sin embargo, me argumentaba que no había cupo y que mi cambio no aparecía en su sistema. Me desesperé y le hice un escándalo de padre y señor mío, alegándole que por ser yo colombiano y siendo la aerolínea colombiana, me tenía que dar prioridad en la reserva. Nunca había utilizado argumento más estúpido en
mi vida. Es que la angustia lo lleva a uno a decir una sandeces! Me dijo que esperara durante una hora hasta que hubiera chequeado por lo menos al 80% de los pasajeros de clases normales (no primera clase) y si quedaban cupos o no-shows, me daba prioridad. Por suerte, dos pasajeros que iban a Quito (Ecuador) no se presentaron. Cuando abordé ese Boeing 757, me sentí literalmente en el cielo. El vuelo era con escala en Quito y bastante largo, por lo que llegué a Bogotá al anochecer y alcancé la conexión a Medellín, afortunadamente. El vuelo de Lima a Bogotá fue placentero y aunque tuve como compañero de silla a un venezolano pomposo y que presumía de riquezas y habilidades que a la vista no tenía, nunca había disfrutado tanto de escuchar nuevamente un acento venezolano. Era como sentirme en casa, en cierta manera. Al aterrizar en Bogotá, la ciudad que nunca me ha gustado, me resultó hasta bonita. Sentí hasta ganas de besar el suelo de la pista, como lo hace el papa. Cuando est
uve frente al oficial de inmigración, lo abracé con emoción y el tipo por supuesto, se asustó. Me preguntó si venía deportado. Le contesté que no, que simplemente acababa de salir del infierno y me alegraba estar de vuelta en casa.